LLEGUÉ A CASA Y ENCONTRÉ A MIS HIJOS DURMIENDO EN EL PASILLO — LO QUE MI ESPOSO HIZO CON SU HABITACIÓN MIENTRAS YO ESTABA FUERA ME VOLVIÓ LOCA.

Después de una semana fuera, llegué a casa ansiosa por ver a mi familia. Nunca imaginé encontrar a mis hijos, Tommy y Alex, de 6 y 8 años, durmiendo en el suelo frío y sucio del pasillo. Mi corazón se aceleró. Algo estaba muy mal.

Había dejado a mi esposo, Mark, a cargo de los niños mientras viajaba por trabajo. Siempre ha sido un buen padre —divertido, pero algo descuidado— y pensé que manejaría la situación. Sin embargo, lo que encontré al regresar me dejó sin palabras.

Al entrar en la casa oscura, tropecé con algo blando. Encendí la luz y vi a mis pequeños enrollados en mantas, durmiendo como dos cachorros abandonados. Estaban sucios, despeinados y completamente agotados.

Caminé con cuidado por el pasillo, evitando despertarlos, y fui hacia la sala de estar. El lugar era un desastre: cajas de pizza, latas de refresco y helado derretido estaban esparcidos por todas partes. Pero Mark no estaba.

Con el corazón en la garganta, me dirigí a nuestra habitación. La cama estaba intacta, como si nadie la hubiera usado. El coche de Mark seguía en la cochera, pero no había rastro de él. Entonces, escuché ruidos apagados provenientes del cuarto de los niños.

Con cautela, empujé la puerta y, para mi sorpresa, encontré a Mark jugando videojuegos. Estaba rodeado de latas de bebidas energéticas, bolsas de snacks y parecía completamente ajeno al caos que lo rodeaba.

El cuarto, que antes era de los niños, se había transformado en un paraíso gamer: luces LED, una enorme televisión y hasta una mini nevera en la esquina. Me quedé paralizada, intentando procesar lo que veía.

“¡Mark!”, grité, quitándole los audífonos. Él se giró con una sonrisa despreocupada. “Oh, hola, cariño. Llegaste temprano”.

“¿Temprano? ¡Es medianoche! ¿Por qué nuestros hijos están durmiendo en el suelo del pasillo?”

Se encogió de hombros. “Estaban divirtiéndose. Dijeron que era como una aventura”.

Furiosa, le quité el control de las manos y exigí una explicación. Mark trató de justificarse diciendo que estaba “tomándose un tiempo para él mismo”. Eso solo aumentó mi enojo.

Esa noche, llevé a los niños a dormir en camas improvisadas y decidí que Mark necesitaba aprender una lección.

A la mañana siguiente, puse mi plan en acción. Transformé la rutina de Mark en algo digno de un niño: un cuadro de tareas, comidas servidas en platos infantiles y límites estrictos para los videojuegos. Aunque se quejó, me mantuve firme.

Una semana después, tras muchas reflexiones (y la ayuda de su madre, a quien llamé para intervenir), Mark finalmente entendió la gravedad de sus acciones. Se disculpó sinceramente y prometió cambiar.

Con el tiempo, la casa volvió a la normalidad y Mark demostró ser un padre más presente y responsable. ¿Yo? Me sentí aliviada, pero mantuve el cuadro de tareas en el refrigerador, por si acaso.

Esta historia es una obra de ficción basada en eventos creativos y tiene fines puramente narrativos.