Hola, soy Emily, tengo 17 años y estoy en mi último año de secundaria. Desde que mi mamá falleció, he esperado con ansias el baile de graduación. Ahorré durante meses para comprar un hermoso vestido violeta, el color favorito de mi mamá, y planifiqué cada detalle para tener una noche perfecta.

Vivo con mi papá, mi madrastra Carla y su hijo Mason, de 11 años. Desafortunadamente, Carla nunca me ha soportado. Todo comenzó poco después de que mi mamá falleciera y mi papá se casara con ella. Carla empezó a criticarme, diciendo que me parecía demasiado a mi mamá, y desde entonces su resentimiento solo ha crecido.
En el gran día, llena de emoción, fui al elegante salón de belleza donde había reservado una cita para arreglarme el cabello antes del baile. Llegué con mucha ilusión, pero pronto la recepcionista, con una mirada confundida, me informó: — ¿Emily? Según el sistema, tu cita fue cancelada. Zelda me llamó diciendo que solicitaste la cancelación.
Me quedé atónita. “¡Yo no cancelé! ¡El baile es esta noche!” pensé. Fue entonces cuando mis ojos se encontraron con una escena que me dejó sin aliento: allí, en la silla del salón, estaba Carla, con una sonrisa maliciosa, disfrutando del servicio que estaba destinado para mí. Mi corazón se hundió al darme cuenta de que ella había cancelado mi cita en secreto solo para verme sufrir.
Saliendo del salón entre lágrimas, corrí a casa tratando, sin éxito, de arreglar mi cabello por mi cuenta. Me sentía traicionada y desamparada; todos mis planes para una noche inolvidable se estaban desmoronando. Encerrada en mi habitación, con lágrimas corriendo por mi rostro, empecé a cuestionarme si realmente valía la pena ir al baile.
Pero justo cuando pensaba que todo estaba perdido, escuché una bocina insistente afuera. Con el corazón acelerado, me dirigí a la ventana y no pude creer lo que veía: una limusina negra y elegante estaba estacionada frente a nuestra casa. Sin perder ni un instante, bajé corriendo hasta la puerta. Mi papá, tan sorprendido como yo, se acercó mientras el conductor le entregaba una pequeña tarjeta.
— Estoy aquí para recoger a la señorita Emily para el baile – dijo el conductor con voz firme.
Con las manos temblorosas, tomé la tarjeta y la abrí. En ella, escrita con una caligrafía cuidadosa, decía:
“Para mi hermosa hermana, Emily. Sé que has estado pasando por momentos difíciles, pero te mereces la mejor noche de todas. Ahorré todo mi dinero de cumpleaños y de Navidad para darte este regalo. Disfruta de la limusina y no te preocupes por nada. Ten una noche mágica, hermana. Con amor, Mason.”
En ese instante, una ola de sorpresa y gratitud me invadió. Mi hermano, que siempre me ha tratado con tanto cariño, había tomado la iniciativa para revertir los crueles planes de Carla. Mientras mi madrastra se quedaba de boca abierta, yo subí a la limusina sintiendo que, al fin, mi noche podía ser salvada.
En el baile, cada elogio y cada mirada de admiración me hacía sentir radiante y segura. Por un breve momento, parecía que mi mamá estaba allí conmigo, orgullosa de ver a su hija brillar. Aquella noche se transformó en una celebración del amor verdadero y de la unión familiar, demostrando que, incluso cuando todo parece estar en nuestra contra, los gestos de quienes realmente se preocupan pueden cambiar el rumbo de nuestros días.
¿Y tú, qué harías si te encontraras en una situación así?