Después de años luchando contra la infertilidad, mi esposo Mark y yo decidimos adoptar. Nuestro deseo de ser padres era inmenso, pero el proceso fue largo, agotador y lleno de burocracia. Mientras Mark se enfocaba en su carrera como empresario, fui yo quien asumió la responsabilidad de llenar formularios, contactar agencias y revisar listas interminables de niños que buscaban un hogar.

Inicialmente, planeábamos adoptar un bebé, pero la demanda era enorme. Fue entonces cuando encontré la foto de Sam, un niño de tres años con unos ojos azul océano que parecían contener un mundo entero de historias. Su madre lo había abandonado, y había algo en su mirada que me tocó profundamente.
Cuando le mostré la foto a Mark, él permaneció en silencio por un momento, observando el pequeño rostro en la pantalla. Luego, sonrió suavemente.
— Parece un buen chico. Esos ojos son algo especial.
En ese instante, sentimos que Sam era el hijo que habíamos estado esperando.
LA LLEGADA DE SAM
Después de completar todos los trámites legales, finalmente fuimos a buscar a Sam a la agencia de adopción. Él estaba sentado en el suelo, apilando bloques de colores con una concentración casi solemne. Cuando nos acercamos, me miró directamente a los ojos.
— Hola, Sam, — dije con la voz temblorosa. — ¿Puedo ayudarte con tu torre?
Él dudó por un segundo antes de entregarme un bloque rojo. Aquel pequeño gesto selló el inicio de nuestra historia juntos.
En el camino a casa, Sam sostenía con fuerza un pequeño elefante de peluche que le habíamos llevado. A veces, hacía pequeños sonidos de trompeta que hacían reír a Mark. En ese momento, todo parecía perfecto.
Al llegar a casa, comencé a organizar la ropa de Sam mientras Mark, emocionado, se ofreció para darle su primer baño.
— Déjamelo a mí. Será una buena oportunidad para que nos conozcamos mejor, — dijo sonriendo, tomando a Sam de la mano.
Asentí, feliz de ver a mi esposo tan involucrado en su nuevo papel de padre.
EL GRITO QUE ROMPIÓ MI CORAZÓN
Pocos minutos después, un grito desgarrador resonó por toda la casa:
— ¡TENEMOS QUE DEVOLVERLO!
Salí corriendo hacia el baño, con el corazón latiendo con fuerza. Mark estaba en el pasillo, pálido, con los ojos abiertos de par en par y las manos temblorosas.
— ¿Qué sucede? — pregunté, intentando mantener la calma.
— Yo… no puedo. No puedo hacerlo. Algo está mal. Fue un error.
— ¡Mark, por el amor de Dios! ¿De qué estás hablando? ¡Es solo un niño!
Pasé junto a él y entré al baño. Sam seguía sentado en la bañera, aún vestido, sosteniendo con fuerza su pequeño elefante de peluche contra el pecho. Sus enormes ojos azules reflejaban confusión y miedo.
— Todo está bien, cariño, — murmuré suavemente. — Vamos a quitarte esa ropa mojada, ¿sí?
Mientras ayudaba a Sam, algo llamó mi atención. Una marca de nacimiento distintiva en su pie izquierdo. Era única, con forma de media luna… idéntica a la que Mark tenía en el mismo pie.
Mi corazón se detuvo.
LA VERDAD SALE A LA LUZ
Esa noche, después de acostar a Sam, confronté a Mark.
— La marca de nacimiento en su pie… es idéntica a la tuya.
Mark se quedó inmóvil, los ojos llenos de culpa. Después de un largo silencio, finalmente habló:
— Fue una noche, Amanda. Estaba en un viaje de negocios, borracho. No sabía que ella estaba embarazada. Nunca pensé que esto volvería para atormentarme.
— Lo supiste en el momento en que viste su marca en el baño, ¿verdad? Por eso entraste en pánico.
Mark asintió, con lágrimas cayendo por su rostro.
— No sabía cómo decírtelo. Lo siento. Por favor, perdóname.
La traición me golpeó como una ola helada. Todo ese tiempo intentando tener hijos, todas las lágrimas y frustraciones… y la verdad había estado frente a nosotros todo el tiempo.
UNA NUEVA DECISIÓN
Al día siguiente, consulté a una abogada. Como madre adoptiva legal de Sam, tenía derechos plenos. La paternidad biológica de Mark no le otorgaba automáticamente la custodia.
Esa noche, tomé mi decisión:
— Voy a pedir el divorcio, Mark. Y voy a solicitar la custodia total de Sam.
Él no discutió. Simplemente bajó la cabeza y asintió.
UN NUEVO COMIENZO
Los primeros meses fueron difíciles. Sam preguntaba ocasionalmente por Mark, y yo hacía todo lo posible por explicarle de forma amable:
— A veces, los adultos cometen errores, pero eso no significa que no te quieran.
El tiempo pasó, y Sam y yo construimos una vida juntos. Él creció rodeado de amor, cariño y estabilidad.
Mark enviaba tarjetas de cumpleaños de vez en cuando, pero mantenía su distancia. Esa fue su elección, no la mía.
Hoy, al ver a Sam jugar en el jardín, veo mucho más que un niño adoptado. Veo a mi hijo. La biología pudo haber marcado el inicio de su historia, pero el amor escribió cada capítulo desde entonces.
El amor no siempre es simple, pero siempre es una elección. Y cada día, elijo a Sam.